viernes, 2 de diciembre de 2016

La Barca de Santacara


La Barca de Santacara tras la primera guerra carlista

Hacía cuatro años que había finalizado la primera guerra carlista (1.833-1.840), cuando en febrero de 1.844, el Ayuntamiento de Santacara pidió permiso a la Diputación provincial para reconstruir la barca, pagándola mediante un reparto vecinal. El hecho no llegó a cuajar, probablemente por la miseria en que se encontraba la población que no soportaba más derramas tras las continuas aportaciones de dinero y alimentos a los contendientes de ambas partes en las guerras de la Independencia y carlista.

Y es en enero de 1.846, cuando el Ayuntamiento formado por Julián Azagra, alcalde, Manuel Barrios, Isidoro Ibiricu, Francisco Navarro, regidores, y Francisco Casanova, procurador síndico; junto con los seis mayores contribuyentes, Gabriel del Villar, Ramón Gárriz, Felipe Garde, Julián Elorz, Ramón Gorría y Mateo Sada vuelven a la carga solicitando de nuevo autorización para construir la barca tomando a censo 400 duros.

Haciendo historia, señalan que la barca se hallaba colocada y en uso al principiar la guerra última y aun subsistiría si el general José Clemente, por orden del Gobierno, no la hubiese quitado y mandado inutilizar “en obsequio y beneficio de la pública utilidad”.

El Ayuntamiento, añade, ha mantenido su paso y barca a fin de que los vecinos pudiesen atender sus labores en el campo y traer leña de los grandes sotos y arbolados y también de la Bardena. Para que jamás faltara barca y para conservarla había sido asignado por el suprimido Consejo Real el producto (las hierbas) de una corraliza, que en los apremios de la última guerra se vendió con el correspondiente permiso.

Los argumentos que se dan es que al otro lado del río Aragón posee la villa un terreno inmenso con mucha parte de tierra regable en cultivo; que alinta a la Bardena real, en donde tiene privilegio de su goce desde tiempo inmemorial; que los pobres vecinos, desde entonces, sufren la gran inconveniencia de que para pasar a sus heredades,  en tiempo que no se puede vadear el río, tienen que pasar por el puente de Caparroso o barca de Murillo, empleando ocho horas de ida y vuelta, mientras antes lo realizaban en media hora.

Esto ha dado como resultado la decadencia de la agricultura y el destrozo de la leña  del monte de este lado del río, no quedando ya ni romeros. Atrayendo el colmo su miseria, hace ahora 3 años que una gran avenida del río trasladó a la jurisdicción de Mélida más de 1.000 robadas de tierra regable, donde los pobres sembraban alubias, patatas y maíces con que se mantenían todo el invierno familias ahora sumamente desdichadas, y además el soto donde se mantenían las caballerías del pueblo y otras mil.

La solicitud les es concedida y, dos meses después, piden el poder tomar otros 1.171 duros que deben a Gabriel del Villar; 850 duros de adelantos que éste les hizo durante la guerra carlista y 321 duros en que como Depositario quedaron a su favor las cuentas. En resumen Villar les deja 1.571 duros al 4’5 % que era el acuerdo que tenían desde el principio aunque lo habían silenciado.

A comienzos de 1.847 la barca debía estar hecha y colocada en el sitio más ventajoso para transportar todo tipo de carruajes y personas, ahorrando dos horas en el camino Aragón-Tafalla.

Se corrió voz de que Iñarra (persona se supone acomodada) iba a poner en el Monasterio de la Oliva un mesón “bien surtido” y que iba a hacer una carretera que llegase hasta la villa de Santacara.


Puesto el paso de la barca en arriendo, con estas perspectivas de tránsito, la subasta debió ser un continuo pujar, quedando por fin en Esteban Jaso, vecino de Santacara, por el precio de 200 pesos. Incluso después de la subasta, según señala el mismo Jaso, sus convecinos Marcos Gárriz y José Antonio Esain, le ofrecieron “un doblón por el arriendo”, pero alucinado con la referida esperanza de una ganancia segura, desechó la oferta.

Por desgracia para Jaso, el negocio no fue tal. En marzo del 47, pide a la Diputación provincial le releve del arriendo o lo adecúe a la situación real, pues todo fueron ilusiones, ya que no pasa por la barca más gente que la de Mélida y Santacara, y eso .... ¡cuando no se puede vadear el río!.


Al año siguiente la situación no debía ir mucho mejor. En la cabaña de piedra, sobre la barca de Santacara, se reúnen las comunidades de Mélida y Santacara llegando al convenio de  hacer común los gastos y productos de la barca.
Acuerdan colocar la barca en un paraje más próximo y cómodo a ambas localidades y en término y jurisdicción de ellas, por cada lado. De esta manera se proporcionará una comunicación más rápida, tanto para los caminantes como para los vecinos de ambas villas.
De los 358 duros en que regularon el coste de la barca y de todo cuanto gasto se origine en adelante, es y será por cuenta de ambas corporaciones, por iguales partes, así como el rédito que tuvo la construcción (358 duros al 4’5 %), abonando la de Santacara a la de Mélida la mitad de todo cuanto ha producido el arriendo desde que se construyó, que es desde entonces al actual arriendo de 14 onzas.

Se obligan ambas localidades a la composición de los caminos de su respectiva jurisdicción y por este primer año Santacara dará 2 duros para la construcción del subidero de la barca.

Estas capítulas se entienden mientras dure la actual barca y concluida que sea, se reservan hacer los contratos o capítulas que les convenga.

P. D. Los arriendos de la barca se han de hacer alternando en cada pueblo, pudiendo presenciarlo algún individuo de cada pueblo.


La cabaña del barquero

Enviado por Juan José Casanova Landivar

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